Colón es una ciudad de 127 años, con unos 25 mil habitantes, pero que todavía se mantiene con los vicios de pueblo. Sus luces aún no llegan al cielo y todavía se pueden ver las estrellas en las noches frescas de verano. La reposera y la tenue brisa que se siente en el cuerpo, acompañado de un silencio tranquilizador, son motivos excluyentes para encontrar la paz. Algunos aseguran que es tal el silencio que se puede escuchar tranquilamente la voz de su interior y hasta al niño que cada uno lleva dentro. Generalmente es una experiencia que cualquier ciudadano, o “porteño” como se les dice allí, no se quiere perder.
La pasividad de la mañana es de lo que más se envidia. Despertarse luego de un sueño profundo, sin sentir ni colectivos, ni sirenas en toda la noche, cuesta. Tanta tranquilidad hace que los mates se disfruten más y que esa transición dolorosa desde el sueño hasta el despertar no sea tal. La bicicleta es una gran compañera de aventuras. Los pájaros brindan un recital a cada momento, pero su sonido es mágico. Mientras el oído hace lo suyo, los ojos nos dan horizonte limpio y cálido. La piel se eriza con la brisa y la nariz nos advierte que alguien del vecindario ha cortado el pasto que aún tenía el rocío de la mañana.
Las tardes son algo más
ajetreadas en el pueblo. Caballos y yeguas pueden escucharse a lo lejos. Pero
si uno se aleja unos metros de la ciudad, esos sonidos son aun más característicos.
En el casco urbano suele escucharse el “¿Qué tal Tito? ¿Cómo anda eso?” a lo
que el aludido responde: “Aquí andamo’, tirando pa’ no aflojar”; frases
sinónimas que también se repiten cuadra a cuadra, masculino o femenino, da
igual.
Usted, lector, se
preguntará ¿y el gusto? A la “tardecita”, aunque eso viene en el antojo de cada
uno, el asado, cordero o lechón acompañado por una buena ensalada y una cerveza
o vino tinto, siempre es bienvenido. No hay festividades que se salgan del
menú, aunque siempre llega alguno con un pedacito de pollo para ponerlo a la
parrilla.
Pájaros, campo, brisa,
flores y mates. Silencio, cielo, pies descalzos en el césped, fuego y asado.
Combinaciones principales de un pueblo característico de nuestra llanura
pampeana.
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